No es una cuestión de meter bolas. El éxito, en la vida y en el billar, es una cuestión de actitud. En cada campeonato me gusta observar cómo se comportan los billaristas, qué gestos hacen en momentos de presión y con qué actitud afrontan la competición. Los hay de dos tipos:
El que piensa que las bolas, siempre, son sus amigas
El que piensa que las bolas, siempre, le llevan la contraria
El que se alegra ante un bolón ajeno
El que no soporta que el rival juegue de escándalo
El que respeta lo que más ama, que es el billar
El que reniega después de fallar
El que acepta perder y asume el error
El que odia la derrota y se engaña a si mismo
El que trata la blanca, el taco y la mesa con delicadeza
El que maltrata la blanca, el taco y la mesa sin piedad
El que remonta un 6-0 en contra
El que tira la toalla en el 3-0
El que se muestra afortunado por ser billarista
El que, curiosamente, siempre tiene mala suerte
El que te tiende la mano antes del punteo regalándote una sonrisa de complicidad
El que te da la mano sin mirarte a los ojos
El que es un caballero antes, durante y después del partido
El que te hace las mil cabronadas para sacarte del encuentro
En definitiva, el billarista positivo, educado y cortés: un gentleman del billar
Y el billarista negativo, maleducado e interesado: un villano del billar
No soy nadie para decir cuál de los dos hace el bien.
De eso ya se ocupa el billar, que siempre coloca a cada uno en su lugar.