Mis inicios billarísticos fueron algo dramáticos. Sí, jugando lo pasaba realmente bien, pero a la que un partido se torcía y acababa perdiendo, el mundo se me venía encima. Me sentía totalmente destrozado y desolado.
Te hablo de cuando tenía 10, 11, 12 años. Era un chavalín apasionado por el billar que tenía muchas ganas de hacerlo bien y sobre todo de ganar. Demasiadas. Por eso cada vez que perdía (o sea muchas veces), rompía a llorar. A lágrima viva.
Los compañeros, siempre mayores, intentaban consolarme, pero no había manera. Recuerdo especialmente un día de competición por equipos en mi club de Ciutadella. Estaba jugando muy bien contra un jugador duro y había un montón de gente presenciando el partido. Llegamos al 4-4 y por desgracia me ganó a la buena, así que ocurrió lo de siempre. Pese a los aplausos y a las felicitaciones de la gente, no pude evitar el drama.
Algunos me decían lo típico: “No te preocupes, chaval, lo has hecho muy bien” o “Tranquilo, a la próxima saldrá mejor”. Otros soltaban algún que otro comentario más duro con el que acabé aprendiendo mucho más: “No te entiendo, lo has hecho genial y te pones a llorar de esta manera, ¡no llores hombre!”. Tenían toda la razón del mundo.
Con 13, 14 y 15 años lloraba menos, pero la pena post-derrota no me la quitaba nadie. Con 16 años lloré mucho, pero de felicidad, cuando de repente me vi campeón de España en Sevilla. De los llantos anteriores no tengo foto, pero de este sí. Nadie diría que acababa de ganar la final de tercera 5-1 🙂
Con el tiempo aprendí poco a poco a controlar esa emoción y a gestionar la frustración que te genera el hecho de perder. A saber perder y a saber elogiar la victoria de tu rival. Creo que es de las cosas más bonitas que existen en cualquier deporte como el billar. Y muchos todavía no lo han aprendido.
La experiencia, ya son más de 15 años entrando bolitas, te hace fuerte. Y aunque siempre hay un punto de nerviosismo y presión en cada torneo, gestionarlo cada vez es menos difícil. Así que te invito a que tengas paciencia, a que entrenes duro, a que te tomes las derrotas como una motivación extra y a que llores cuando te apetezca.
Si te digo la verdad, estoy muy orgulloso de haber llorado mucho por el billar. No me arrepiento de ninguna de esas lágrimas. Salieron porque tenían que salir y porque llevo esto en el corazón. No olvides que los mayores y los genios como Federer también lloran cuando un tal Nadal les hace un descosido. Por algo será.